En este trabajo hablaremos del Gran Rey persa Cambises II, conquistador del Egipto faraónico, y de la imagen que de dicho personaje nos ha legado las fuentes griegas, que beben directamente de las egipcias antipersas, de un monarca déspota, enajenado, sacrílego, impío y cruel, e iniciador de la decadencia persa, que desde Heródoto en adelante se reproducirá continuamente, convirtiéndose su locura en proverbial. Veremos si esta descripción del padre de la Historia concuerda con las fuentes arqueológicas que nos ha proporcionado la Egiptología.
A la hora de estudiar el proceso de la conquista de Egipto por parte del Cambises II y de la misma figura del Gran Rey nos encontramos con varios problemas. Este suceso se encuentra dentro del período egipcio que conocemos como Baja Época (664-332 a.n.e.), un período que tradicionalmente ha sido despreciado por los egiptólogos. Por otra parte, la etapa conocida como Primera Ocupación Persa (525-404 a.n.e.) es una etapa de escasa documentación.
Esto nos lleva depender de los textos dejados por los griegos, normalmente contemporáneos de los sucesos que ocurrían al otro lado del mar Egeo, en el Imperio persa aqueménida. Al acercarnos a estos documentos, debemos tener en cuenta que los griegos encontraron en los persas, y sobre todo desde las guerras médicas (s. V a.n.e.), la entidad donde representar la alteridad política y cultural, hacer patente la superioridad del mundo griego ante el mundo bárbaro, que era totalmente rechazable, ya que eran, en la visión griega, el paradigma del despotismo oriental, de la decadencia moral, donde las personas eran súbditos y no aspiraban a la libertad de la que sí disfrutaban los ciudadanos de las poleis.
El objetivo de la historiografía griega sería la de denigrar y ridiculizar una potencia considerada como una amenaza que ya había intentado invadir la Hélade y que constantemente intervenía en los asuntos de las ciudades estado griegas. Y serían sus monarcas los catalizadores de la alteridad, representando todos los vicios y males.
En torno al año 550 a.n.e., Ciro II (559-530 a.n.e.) inició la expansión de su reino de Persia hasta las costas mediterráneas al oeste –conquistando los reinos de Susa, el reino de su abuelo Astiages de Media, el reino de Creso de Lidia (hacia 547 o 546 a.n.e.), el Imperio neobabilónico (539 a.n.e.) junto con Chipre y Fenicia- y hubiera proseguido por Occidente con la conquista del reino de Egipto de Amasis II (570-526 a.n.e.), que se había coaligado con los otros reinos para frenar al emergente Imperio persa sino hubiera surgido problemas en sus fronteras orientales, lo que le llevó a anexionarse gran parte de Asia Central (las actuales Afganistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán) y donde fallecería luchando contra los escitas masagetas.
Sus sucesivas conquistas le valieron el epíteto de «el Grande» y fue admirado por los griegos, los eternos enemigos de la potencia próximo oriental. Para éstos se convirtió en un ejemplo de soberano justo, casi filosófico para la tradición socrática. Y así lo veremos en la Ciropedia de Jenofonte, iniciando el género literario de los espejos de príncipes que con posterioridad sería imitado por otros, como Séneca en su tratado Sobre la clemencia destinado al joven princeps Nerón.
Pero suerte adversa tendría su hijo y sucesor Cambises II (530-522 a.n.e.) en cuanto a fama. Terminaría las conquistas por occidente que llevó a cabo su padre con la conquista de Egipto. Para ello, Cambises crearía la marina real persa con las flotas fenicias, se aliarían con los pueblos nómadas para cruzar el Sinaí y, finalmente, en la batalla de Pelusio derrotaría y capturaría a Psamético III (526-525 a.n.e. y último representante de la XXVI dinastía o saíta), iniciando la XXVII dinastía.
Nuestra principal fuente de los sucesos es Heródoto de Halicarnaso (s. V a.n.e.), el primero de los autores griegos del que nos ha llegado la primera mención sobre el monarca y quien viajó a Egipto entre los años 449 a 430 a.n.e., durante el reinado de Artajerjes I (465-423 a.n.e.), donde recabó información entre los griegos que residían allí y los sacerdotes egipcios.
Según nos cuenta el de Halicarnaso en su libro III de sus Historias, Cambises despreció al pueblo, religión y costumbres egipcias. El primer sacrilegio cometido por el monarca sería el ultraje de la profanación de la tumba de Amasis, quemando su cuerpo (Heródoto III, 16, 1-2), las fallidas expediciones a Nubia y a Libia (el famoso ejército persa desaparecido en el desierto, compuesto por unos 50.000 hombres con la misión de esclavizar a la población del oasis de Siwa e incendiar su templo oráculo de Amón y que nunca llegó a destino, engullidos por el desierto [Heródoto III, 25-26]). Frustrado ante el fracaso de estas expediciones, producto de su desmesura, pagó su rabia con el toro sagrado Apis y sus sacerdotes de Menfis (Heródoto III, 29):
“Cuando los sacerdotes le presentaron a Apis, Cambises, rabioso como estaba, desenfundó su puñal y lo clavó en el muslo de Apis, aunque lo que quería era hundírselo en el vientre. Riendo dijo a los sacerdotes: «¡Estáis mal de la cabeza! ¿Tenéis por dioses a unos bichos como éstos, de carne y sangre, que reaccionan así ante el hierro? Los egipcios, desde luego, se merecen este dios, pero vosotros no os hará ninguna gracia haberme convertido en un hazmerreír.» Tras estas palabras, mandó, a quienes competía, azotar a los sacerdotes; de los demás egipcios, debían matar a todos los que celebraran la fiesta. Y así acabó la de los egipcios. Los sacerdotes fueron castigados, y Apis acabó doblado en el templo, de la herida en el muslo. A Apis, pues, que murió a consecuencia de la herida, los sacerdotes le enterraron clandestinamente, a escondidas de Cambises.” (Traducción de Manuel Balasch).
Si solo tuviéramos a Heródoto podríamos pensar que Cambises fue un nefasto gobernante, pero el relato del de Halicarnaso se contradice con los hallazgos arqueológicos, que muestran una imagen diferente del soberano, que se presenta ante sus nuevos súbditos egipcios como un faraón y preocupado en evitar herir sus sensibilidades religiosas.
La primera prueba sería la autobiografía de Udjahorresnet inscrito en jeroglíficos en su estatua naófora conservada en los Museos Vaticanos. Udjahorresnet fue un sacerdote y médico de Sais, además de uno de los oficiales de la flota egipcia con Amasis II y Psamético III, que se pasó al bando persa, presumiendo de influir en el Gran Rey. El alto dignatario egipcio compuso el protocolo real y los nombres del nuevo faraón, quien asumió las formas de la realeza egipcia: “Yo compuse su titulatura, a saber, su nombre de rey del Alto y del Bajo Egipto, Mestyu-Re” (N. Grimal 1996, p.398).
Fig. 2. Estatua naófora de Udjahorresnet. Museos Vaticanos. |
Udjahorresnet instó a Cambises a honrar a la diosa Neith en Sais, y, por ende, a los demás dioses de las Dos Tierras. Para ello, expulsó a los soldados persas que habían ocupado los templos y realizó sacrificios en ellos:
“Hice una petición a la majestad del rey del Alto y del Bajo Egipto Cambises acerca de todos los extranjeros que habitaban en el templo de Neith para que fueran expulsados de él, de forma que el templo de Neith estuviera en todo su esplendor, como anteriormente. Su majestad ordenó expulsar a todos los extranjeros [que] habitaban en el templo de Neith, y derribar todas sus casas y todos sus impuros bienes que estaban en este templo. Cuando ellos se llevaban[todos sus pertenencias] personales fuera del muro del templo, su majestad mandó limpiar el templo de Neith y que todo su personal regresara a él,…y los sacerdotes horarios del templo. Su majestad mandó proporcionar ofrendas divinas de los bienes devakef a Neith la Grande, la madre de dios, y a los grandes dioses de Sais, como era anteriormente. Su majestad mandó [realizar] todos sus festivales y todas sus procesiones, como se hacía anteriormente, Su majestad hizo esto, porque hice que su majestad conociera la grandeza de Sais, que es la ciudad de todos los dioses que residen allí en sus tronos para siempre” (N. Grimal 1996, p. 400).
El asentamiento de soldados persas dentro de los templos respondería a que estas estructuras eran los lugares ideales para asentar a las tropas en los primeros momentos de la conquista, ya que estaban en los puntos más altos de las ciudades y poblados,además de que eran las únicas construcciones en piedra, rodeadas de murallas y eran grandes almacenes de la producción de las tierras que tenían en propiedad. Una vez que el territorio estaba sometido, Cambises pasó a abandonar los templos, restableciendo la normalidad.
Udjahorresnet constituye un ejemplo de los egipcios colaboracionistas con los persas y que además medraron y ascendieron en la administración del país. El Imperio persa aqueménida, como cualquier otro estado antiguo, no tenía la capacidad para mantener una administración y una ocupación constante, así que, como hiciera posteriormente los ptolomeos, mantuvieron el sistema egipcio de gobierno del territorio con una mínima presencia persa. Esta consistía en un sátrapa (un gobernador dentro del Imperio persa) que se encargaba del gobierno, la seguridad y la entrega de los tributos de la satrapía (provincia), asentado en Menfis; y una pequeña cancillería y algunos cuerpos del ejército persa.
Así, en la autobiografía de Udjahorresnet se desmiente la imagen de Cambises como un monarca sacrílego e impío. Pero ante la acusación de colaboracionismo, se podría esgrimir otras pruebas. Ya vimos como Cambises dio muerte al toro Apis y como sus sacerdotes tuvieron que enterrarlo en secreto. De nuevo, las pruebas arqueológicas vuelven a contradecir a Heródoto. En el Serapeum de Saqqara -donde se enterraban a los toros Apis- se halló el epitafio donde se menciona la muerte del toro Apis en el sexto año del reinado de Cambises (524 a.n.e.), la donación por parte del monarca de un magnífico sarcófago y de los grandes festejos que se celebró para la ocasión. Junto al epitafio aparece Cambises adorando al toro Apis y vestido como faraón.
Retomando de nuevo al relato del griego, el primer sacrilegio señalado cometido por Cambises, la profanación de la tumba de Amasis, sería una atrocidad tanto para el pueblo egipcio como para el persa. No quita que pudiera ser una especie de damnatio memoriae, pero para los egipcios al incinerar un cuerpo impedía que el difunto llegara al Más Allá; mientras que para los persas contaminabas la pureza que contenía el fuego según los preceptos del mazdeísmo.
En definitiva, las acciones que nos proporciona la Arqueología con respecto a la conquista y estancia de Cambises en Egipto, por un lado, contrasta con la visión que nos ofrece Heródoto. Como apuntamos anteriormente, el griego estuvo en Egipto y oyó la versión de mano de los sacerdotes. Con la pérdida de la independencia del país del Nilo comenzó a gestarse una tradición egipcia negativa, antipersa y nacionalista por parte de aquellos sacerdotes y nobles egipcios que seguramente perdieron poder en detrimento de los conquistadores persas (más tarde, potenciada por Alejandro Magno y por los ptolomeos, vencedores de los persas y nuevos señores de Egipto).
También se puede observar que Heródoto tomó la versión egipcia de los sucesos al contrastarlo conCtesias de Cnido (s. V a.n.e.), médico griego en la corte de Artajerjes II (405-359 a.n.e.),que nos dejó su Persiká, donde posiblemente se decantaría por una tradición persa, ofreciendo la imagen de un monarca muy distinta: no aparece ninguna de las locuras e impiedades que le concede Heródoto.
Por otro lado, los testimonios expuestos demuestran que Cambises continuó la política de su padre de respetar las instituciones políticas, tradiciones y religiones de sus nuevos súbditos como forma de ganarse a las elites locales. De esta manera, al tomar Babilonia, Ciro permitió el retorno de los judíos a Israel, deportados por Nabucodonosor II (605-562 a.n.e.).
Política continuada, posteriormente, por el sucesor de Cambises, Darío I (522-486 a.n.e.). El monarca visitó Egipto donde dio orden de compilar un nuevo corpus de leyes egipcias con el fin de que los súbditos egipcios fueran gobernados según sus propios ordenamientos, restableciendo las leyes imperantes hasta el reinado de Amasis II; restauró numerosos templos desde Busiris hasta El kab; hizo construir un templo consagrado a Amón-Re en el oasis de Kharga, conocido como el templo de Hibis.
Como conclusión, tras un período de tres años en Egipto, Cambises marchó a Persia ante la rebelión del mago Gaumata. Durante el camino de regreso, y siguiendo a Heródoto, la justicia divina castigó la hýbris (la soberbia, la desmesura, la arrogancia) del persa con una herida mal curada en el muslo,parecida con la que mató al toro Apis. Esta fue la imagen que reprodujeron las fuentes clásicas sobre Cambises. Pese a ello,debemos decir que son insustituibles para el estudio del mundo persa aqueménida. Para poder desentrañar la ficción de la realidad sobre el persa hace falta no sólo estudiar pormenorizadamente las fuentes clásicas, sino tambiénlas fuentes egipcias y contrastarlo con la Arqueología.
Sobre nuestro autor Antonio Ateaga Infantes.
Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla, en los itinerarios de Historia Antigua y Arqueología. Actualmente editor de Historia Antigua en Témpora Magazine. Interesado en el mundo antiguo en general, especialmente en el mundo grecorromano, Antigüedad Tardía y el mundo de Asia Central y Oriental.
Bibliografía.
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Grimal, N. (1996). Historia del Antiguo Egipto. Madrid.
Heródoto (edición de Balasch, M.) (2008). Historia. Madrid.
Lloyd, A.B. (2007). “La Baja Época (664-332 a.C.)”, en Shaw, I. (ed.). Historia del Antiguo Egipto. Madrid. Pp. 481-510.
Serrano Delgado, J.M. (2004). “Cambyses in Sais: Political and ReligiousContext in AchaemenidEgypt”, en Chroniqued’Egypte, LXXIX, PP. 31-53.
Wiesehöfer, J. (2001). Ancient Persiafrom 550 BC to 650 AD. London-New York.
Fuente de imágenes:
Fig. 1: Wikipedia.org.
Muy buen análisis. Cambies ll sólo cometió una gran falta y fue en el tema de Siwa. Saludos desde México que es la nueva Jerusalén
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